Siempre me preguntan qué país me gustó más o cuál es la mejor foto del viaje, y aunque esas respuestas son complicadas, hay algo que tengo clarísimo: la peor frontera que cruzamos con la camioneta está en Centroamérica.
Y antes de que pregunten: no puedo decir cuál es el país más peligroso. En ningún lugar me robaron, me apuntaron, me pegaron, ni siquiera me gritaron.

Fueron 210 días de viaje por carretera y, aunque intentaron sacarnos alguna coima o confundirnos con trámites en ciertos lugares, nunca enfrentamos problemas serios.
Sin embargo, no tengo dudas: la peor frontera de América fue la que conecta Nicaragua, Honduras y El Salvador.
Cruzando la frontera entre Nicaragua y Honduras
¿Cuál es peor? ¿La de entrada o la de salida?
La verdad: ambas. Hasta llegar a Nicaragua, ninguna frontera había sido demasiado complicada.
Algunas son modernas y automatizadas; otras, precarias y con indicaciones confusas sobre dónde ir o qué hacer. Pero todo dentro de lo esperado en las fronteras de América.
Los que hemos cruzado fronteras en auto ya sabemos cómo van estos trámites. Pero en Honduras… la experiencia fue diferente.
Tanto la entrada como la salida fueron un caos. Aunque, si siguen leyendo, entenderán por qué la salida fue especial… ¡muy especial! jajaja
El ingreso por tierra al país de Honduras
Entrar a Honduras desde Nicaragua fue toda una experiencia. Antes de cruzar el puente, ya nos sentimos rodeados por personas y chicos que se ofrecían a “ayudar” con los trámites a cambio de dólares.
Ni siquiera habíamos pasado el cartel de “Bienvenidos a Honduras” cuando ya corrían hacia la camioneta.
Bajarse del vehículo fue un desafío. Todos querían ser nuestros “clientes” y nadie ordenaba la situación.
No había policía ni autoridad que controlara. Alrededor de La Gauchita, cada uno intentaba convencernos: unos ofrecían atajos, otros nos asustaban con lo complicado del trámite. Se peleaban entre ellos y hasta nos tironeaban de las manos.
Eso sí, aclaro: no hubo robos ni violencia. Pero había que estar alerta por si acaso, especialmente cuidando billeteras, mochilas y las cosas del auto.
¿El trámite?
El proceso no es muy diferente al de otros países: mostrar y sellar pasaportes, pagar una tasa, y el seguro del auto (que es opcional, pero recomendable). La diferencia estaba en el caos.
El verdadero problema eran las fotocopias. Te piden varias, pero nunca todas de una vez. Y, claro, no hay fotocopiadora en el lugar. Tocaba caminar unas cuadras hasta un área que parecía más un campo de refugiados que un pueblo para conseguirlas.
Ahí es donde se nota la complicidad entre el personal de aduana y los gestores. Iban pasando de ventanilla en ventanilla, y cada vez pedían una nueva copia.
Hice tres viajes al lugar de las fotocopias. Mientras tanto, los “tramitadores” se reían y soltaban: “Si me hubieras contratado, Gringo, ya estarías del otro lado.”

Llegamos a la frontera justo antes de Semana Santa, y el caos era total. Había filas interminables de camiones porque, en estas fechas, todo se paraliza. Parece que todos querían cruzar ese mismo día.
Consejo viajero: eviten estas fechas si pueden. La cantidad de camiones era tal que hasta una escuela cercana ayudaba con los trámites.
Un señor se acercó a La Gauchita, espantó a los últimos “asesores” y me dijo: “Traé toda la documentación y seguime.” Machy y los chicos se quedaron cuidando el auto.
Me llevó hasta un aula, selló nuestros pasaportes y me explicó los siguientes pasos. Luego, en tono preocupado, agregó:
“Eres valiente por venir con tu familia desde tan lejos. Dicen que Nicaragua es peligrosa, pero El Salvador y Guatemala lo son aún más. Intenta cruzar esta frontera hoy mismo.”
No fue muy alentador, pero le respondí que Nicaragua nos había encantado y no la sentimos peligrosa en absoluto.
Insistió: “Aquí sí es peligroso. Sigue directo al Salvador, no te detengas.”
Es común que en un país te adviertan sobre el anterior o el próximo, pero que te lo digan del propio… eso fue raro.
Decidimos seguir sin más escalas. Sabíamos que lo mejor de Honduras está del otro lado por el que ingresamos, está en el Caribe, pero el tiempo y el efectivo escaseaban.
Además, teníamos que llegar a Guatemala antes de Semana Santa, famosa por sus celebraciones.
Cruzamos Honduras en pocas horas.
Esta zona, cerca de la costa del océano Pacífico, es pequeña, con un camino lleno de baches. En el trayecto nos acompañó un volcán humeante, cuyo nombre desconozco.
Llegamos a la frontera con El Salvador ese mismo día, y ahí sí… esa fue la peor de todas.
Y para colmo, yo mismo le puse “pimienta” a la situación. De no ser por un ruso, quizás terminaba preso.
Dato curioso: el gobierno japonés está construyendo un nuevo puente y un edificio para la aduana en esta frontera. Ojalá sea más ordenada cuando la inauguren. ¡Veremos!
Cruzar la frontera de Honduras a El Salvador
Si la frontera de llegada desde Nicaragua por paso Somotillo parecía un campo de asentamiento ilegal, la salida por Goascorán era como llegar a un pueblo del viejo y salvaje oeste, un edificio viejo semi en ruinas, gente con sombreros de vaqueros y cara de muy pocos amigos, incluso algunos armados en la cintura.
Aquí comienza la parte más bizarra del viaje y que le dará más sabor a este relato.

Todo empezó en una oficina improvisada, bajo un techo de madera medio caído y repleta de palomas que bombardeaban desde las alturas.
Mientras esperaba en la ventanilla para hacer el trámite, a mi alrededor se armaba una batalla campal entre varios hombres y el funcionario de aduana.
No entendía bien de qué iba el pleito, pero los insultos volaban. Yo solo quería presentar mis papeles y salir de ese caos cuanto antes.
De repente, uno de los tipos sacó una pistola. Sí, ¡una pistola! Por suerte no hubo tiros, pero las trompadas no faltaron.
Allí estaba yo, pasaportes en mano, viendo de reojo lo que parecía una pelea por el título nacional de “borrachos peso pesado”.
Finalmente, el tipo de la ventanilla revisa mis documentos y suelta:
— Hay un problema, Gringo. El jefe que sella los pasaportes tuvo que irse a su casa. Solo él puede hacerlo.
— ¿Y cuándo vuelve? —pregunté, tratando de no perder la calma.
— No creo que vuelva, pero si lo llamo, vendrá… por 20 dólares.
No lo podía creer. Fui hasta La Gauchita para contarle a Marcela. Ella, asustada por el ambiente, no dudó:
— ¡Pagá lo que sea, pero salgamos de acá ya!
Mientras evaluaba qué hacer, noté un auto con chapa de Estados Unidos. De él bajó un hombre con pinta de luchador ruso, estilo Ivan Drago, que se me acercó hablando inglés con un marcado acento eslavo.
¿Qué hacía un ruso en un auto de Colorado? La historia ya parecía de vaqueros, y ahora tenía tintes de espías.
El ruso me preguntó si también me habían pedido los famosos 20 dólares. Resulta que estaba de luna de miel con su esposa estadounidense y no quería pagar, pero tampoco sabía cómo salir del embrollo. Me propuso repartir el costo: 30 dólares entre los dos.
Ahí fue cuando despertó mi espíritu argentino combativo. Más que el dinero, me indignaba la injusticia. Así que, en un momento de inspiración, le dije:
— Vamos a armar un piquete.
Sin dudarlo, metí La Gauchita de trompa en medio del puente que conecta Honduras con El Salvador, bloqueando el paso.
El ruso se sumó con su auto atrás, apoyando la causa. ¡Se cortó el tráfico internacional!
No pasó mucho tiempo hasta que llegó la policía de Honduras a pedirme que moviera el auto. Mi respuesta fue clara:
— No puedo salir sin el sello en mi pasaporte.
La tensión crecía. Más policías se sumaron, ahora también de El Salvador, mientras el puente se llenaba de bocinazos y curiosos que no entendían nada. Yo pedía un embajador y gritaba que no me movería.
Marcela y los chicos ya estaban incómodos, pero la que entró en pánico fue la esposa del ruso, quien salió del auto con los 20 dólares en mano para terminar el show.
Sin embargo, estábamos atrapados por el tráfico que nosotros mismos habíamos generado.
Al final, un funcionario llegó, le cobró los 20 dólares al ruso y le selló el pasaporte ahí mismo, sobre el capot. Cuando llegó mi turno, me mantuve firme. El ruso, cansado de la situación, me dijo:
— Dale, poné al menos otros 5 dólares y terminemos con esto.
Acepté, más por la presión del momento que por convicción.
Nos dejaron pasar, pero me fui con una mezcla de bronca y resignación. A veces, el verdadero costo de viajar no está en los dólares gastados, sino en la paciencia que te roban.

El penoso cartel de Bienvenidos a El Salvador
Más allá que la anécdota del puente y el penoso cartel de Bienvenidos a El Salvador, llegar al edificio de migraciones en El Salvador fue una sorpresa.
Era un edificio normal de aduanas, todo ordenado, el trámite sencillo, nada de gestores callejeros, trato cordial, aire acondicionado y hasta una chica de la oficina de turismo nos regaló mapas ruteros, folletos, brindó consejos, etc.
De ahí en más viajamos hasta Guatemala con Gene, “El Ruso”.

A través de El Salvador: acantilados y contratiempos
El camino que atraviesa El Salvador es, sin duda, una experiencia visual.
La ruta serpentea junto al mar, regalando postales de grandes acantilados que caen al océano, alternando con tramos de vegetación exuberante y áreas más áridas.
El contraste es impresionante, pero lamentablemente, no tengo muchas fotos para mostrar.
La razón es simple: veníamos en caravana con el ruso y el hombre era de los que no paran para admirar el paisaje. Además, el reloj jugaba en nuestra contra.
Entre las tres fronteras y cinco aduanas que cruzamos ese día, más una llanta pinchada que decidió sumarse a la aventura, el tiempo simplemente se nos fue volando.
Nuestro objetivo era llegar a La Libertad, un lugar que, según dicen, es el mejor punto para descansar.
Además, sus playas son famosas y pintorescas. Sin embargo, cuando finalmente llegamos, ya era tarde. La lluvia ligera y la oscuridad nos impidieron disfrutar del paisaje.
Al final, lo único que quedó fue el cansancio acumulado de un día maratónico y la promesa de regresar algún día para disfrutar de esas playas que tanto nos recomendaron.
Pero, como buen viajero, aprendí que no siempre se trata de llegar; a veces, la verdadera aventura está en el camino.
¿Creen que fue un día raro y ya no puede pasar nada más bizarro?
Si hasta aquí pensabas que el día había sido extraño, espera, porque la carretera tenía preparadas más sorpresas.
¿Qué tan seguido te cruzas con un ruso manejando un auto con patente de Colorado, haciendo piquete en una frontera centroamericana junto a un argentino obstinado?
Sí, parecía el guion de una película independiente, pero la historia no terminó ahí.
Al continuar el camino, ya más relajados, hicimos una parada en una estación de servicio para reponer energías.
Hasta ahí, todo normal… hasta que notamos algo raro en el bar y minimercado..
Entre snacks y bebidas frías, ¿adivinen qué destacaba? Una exhibición de ataúdes.
Sí, ataúdes de muestra, acomodados con delicadeza en un rincón, justo al lado del cartel que promocionaba el Wi-Fi gratis.

Pero lo más surrealista llegó cuando vimos una pickup Toyota transformada en carro fúnebre. ¿El conductor? Una monja.
Sí, una hermana al volante de este peculiar vehículo. Todo muy profesional, eso sí.

Pero el toque final, la cereza del postre, fue el nombre de la funeraria: “El Descanso Eterno”.
Admito que la creatividad del marketing local me sacó una sonrisa.
¿Quién necesita películas de Hollywood cuando tienes Centroamérica y sus surrealismos?
Después de semejante día, creo que ya nada podría sorprendernos. Bueno, al menos hasta la próxima frontera…
Ni les cuento el transporte público de Honduras como se maneja y me pregunto quién controla las normas de seguridad vial.

Hasta la próxima, me despido con un par de fotos del océano pacífico en El Salvador, playa La Libertad que es lo único que tengo para mostrar de 2 países recorridos lamentablemente en tan sólo apenas un día, aunque bien movidito 🙂

Mapa ubicación Playa La Libertad y las fronteras mencionadas en éste artículo

Nota: La historia transcurre en vísperas de Semana Santa 2012.
¿Y El Ruso? Bien, seguimos en contacto por Facebook, tiene un emprendimiento turístico en Colorado y en invierno es instructor de Skí.
Me cuenta que se divorció de su esposa porque era muy miedosa y estructurada. Una pena porque era muy bonita y elegante. Yo creo que tal vez esperaba otro tipo de viajes de luna de miel.